Historia de este blog


Me llamo Fausto Wells y soy profesor del Instituto Europeo de Arte y Tecnología. Nací el 25 de junio de 2072 en una ciudad mediana del noreste de España llamada Zaragoza donde hoy sigo residiendo.

En la primavera de 2109 decidí mudarme a una pequeña casa de dos plantas situada en uno de los barrios del extrarradio de la ciudad. La construcción databa de los años veinte del pasado siglo y aunque su estado de conservación era bastante deficiente, eso no impidió que me instalara mientras acometía las múltiples reformas que la vivienda necesitaba para su rehabilitación.

La casa, según me informó su anterior propietario, había pertenecido a sus abuelos paternos que la habitaron por corto espacio de tiempo. Las dos décadas siguientes fue arrendada varias veces, pero se desconocía la identidad de los inquilinos que habían pasado por allí. Durante casi sesenta años aquel lugar permaneció aparentemente vacío tal cual lo encontraba yo ahora. Sin embargo, esto no pasó de ser una impresión inicial.

A los pocos días de comenzar el acondicionamiento del primer piso, en una pequeña despensa contigua a lo que originariamente había sido la cocina, un objeto pequeño de forma rectangular captó mi atención. En un primer momento no entendí de que se trataba. Aquello tenía el aspecto de una carcasa metálica con varios orificios rectangulares en uno de sus laterales. Pensé que se trataba de algún artilugio electrónico inservible olvidado por alguno de los anteriores inquilinos, pero de pronto reconocí en aquel objeto algo que recordaba a los antiguos discos de almacenaje que décadas antes se utilizaban para guardar información.

Al día siguiente, llevé el objeto al instituto y se lo mostré a mi compañero de seminario que al instante confirmó mis sospechas. Durante toda la tarde buscamos entre listados infinitos de antiguos fabricantes hasta que pudimos determinar las características del objeto. Se trataba de un disco de almacenamiento primitivo fabricado antes de 2010 y de capacidad indeterminada hasta que no conociéramos su interior. Las dos semanas siguientes las dedicamos a escanear el contenido y a averiguar si se trataba de algo interesante. Prácticamente todos los archivos estaban nombrados con extensiones muy antiguas y en desuso que hubo que decodificar y renombrar para poder acceder con los equipos y el software actuales. En total conseguimos recuperar 25.672 archivos.

Durante dos años ordené y clasifiqué cada uno de los documentos que día a día rescataba de aquel desconcierto de extensiones, nombres y números. Para mi sorpresa, una proporción muy elevada de los archivos tenía que ver con imágenes de ilustraciones, pinturas y una suerte de escenografías en miniatura identificadas como «dioramas». También había gran cantidad de fotografías personales y clips de vídeo de alguien cuya identidad pude deducir finalmente a partir de los documentos relacionados con la contabilidad de aquella persona. Se trataba de un ilustrador desconocido llamado Óscar Sanmartín que durante algún tiempo había tenido como domicilio la casa en la que ahora residía. Junto a toda la información personal también había archivos que contenían música, cine, series y programas de televisión, además de gran cantidad de referencias y documentación bibliográfica tanto de publicaciones electrónicas como otras más antiguas editadas originalmente en papel. Cuando llevaba identificado casi un cuarenta por ciento del material, definitivamente comprendí que aquel objeto contenía el archivo privado en el que alguien durante años había recopilado parte de su trabajo y de su vida.

Sin embargo, algo todavía más desconcertante que el hallazgo casual de aquel disco fue la ausencia total de evidencias de la existencia de su propietario. En dos años de búsqueda no encontré una sola referencia a su actividad profesional como ilustrador. Ni un sólo rastro en publicaciones, tampoco en directorios de artistas o catálogos de la época. Absolutamente nada. Seguramente aquel disco encontrado en mi casa fuera la única prueba de la existencia de alguien que vivió y trabajó hace casi setenta años atrás en el mismo lugar donde yo ahora lo hacía.

Desconozco cuál fue la suerte que corrió Óscar Sanmartín. Las fechas que figuran en las facturas, que hasta hoy he conseguido recopilar, no van más allá de los años cuarenta. Sin embargo, eso no significa necesariamente que cesara su actividad o que muriera. Probablemente en algún momento durante aquellos años decidiera copiar todo el material en un nuevo soporte más moderno y de mayor capacidad. El disco primitivo quedó olvidado en la vieja despensa tras haberse desocupado la casa y años más tarde fue encontrado finalmente por mí.

Hoy, sin tener muy clara la motivación por la que realmente lo hago, después de muchos meses identificando y clasificando la infinidad de archivos que contenía aquel disco, he decidido comenzar a compartirlos.



Fausto Wells, 13 de enero de 2111
Zaragoza